Aquel día de marzo de 1992 llegaba a la Expo el que sería el principal reclamo del pabellón de este país asiático: una réplica de doce metros de altura de un Buda de Aukana. Esta colosal estatua se instaló a la entrada del edificio, sobre un pedestal, dentro de la llamada fuente de los deseos, donde era costumbre tirar una moneda para pedir un deseo.
Junto a la figura, se podían observar dos imágenes del Sol y la Luna bajo una cubierta, representando así la eternidad en la cultura de este país.
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